Fin de año es ese momento donde muchos hacemos balance de todo lo sucedido durante el año; reflexionamos sobre la familia, los amigos, la pareja, el trabajo… y hacemos planes para el nuevo año llenos de buenas intenciones. Esto es una señal de buena autoestima ya que, intentamos mejorar para sentirnos bien con nosotros mismos.
Entre los «buenos propósitos» más habituales están, ponernos a dieta, dejar de fumar, pasar más tiempo con la familia, apuntarnos a un gimnasio, aprender un idioma… Lo que suele ocurrir es que, los propósitos para este nuevo año, posiblemente serán los mismos que para el año siguiente ya que, por lo general, se abandonan no más tarde de finales de enero, surgiendo para muchas personas, la sensación de fracaso. Hemos de tener en cuenta que la creación de un nuevo hábito suele implicar unos 21 días de práctica de ese nuevo hábito… hay que ser conscientes de que vamos a tener que armarnos de paciencia, sin olvidar que todo esfuerzo conlleva una recompensa.
Existen una serie de recomendaciones prácticas que facilitan que logremos nuestros propósitos. Para empezar, los objetivos que nos marquemos han de estar en función de nuestra edad, circunstancias personales, condición física… es decir, deben ser realistas. Para mí, participar en los Juegos Olímpicos, por mucho que me ponga en forma, es imposible. En cambio, realizar una media maratón sí que es factible. También hay que concretar, es decir, en vez de marcarnos «hacer deporte», debemos establecer «ir al gimnasio lunes, miércoles y jueves una hora», por ejemplo. Las metas que te pongas, también deben suponer un reto, deben ser realizables. Algo que te motive y se pueda lograr. Si el reto es demasiado exigente, te frustrarás al ver que no avanzas y acabarás abandonando. Y si resulta demasiado fácil, desistirás por aburrimiento.
Hay que dividir el objetivo general en objetivos a corto, medio y largo plazo. Como las etapas en la vuelta ciclista. Un objetivo general puede ser: aprobar todas las asignaturas este curso. Para lograr este propósito, tienes que temporalizarlo, establecer pequeñas metas en el tiempo (ir a clase todos los días, estudiar cada día X horas, llevar los apuntes al día, aprobar los parciales…), porque si te quedas en ese objetivo tan general, lo vas a ver muy lejos y empezarás a vaguear…
Recomendaría que una vez que ya tienes claros tus objetivos los plasmes por escrito y los pongas en un lugar visible. Ten en cuenta que quieres cambiar unos hábitos por otros, y acostumbrarse a los cambios, cuesta. Nuestro cerebro se adapta más fácilmente si ve las cosas. Además, puedes ir anotando tus progresos y tachando lo que vas cumpliendo, para que veas si vas bien encaminado o necesitas modificar alguna cosa. Por ejemplo puedes ir anotando tu peso, o los kilómetros que corres a la semana o las calificaciones que vas obteniendo. Todo lo que sirva para medir nuestros avances será bienvenido. También tienes que ir premiándote cuando vayas subiendo peldaños. Esto nos motiva a seguir esforzándonos y hace más agradable el propio camino a la meta. Además, es la justa recompensa porque estamos realizando un esfuerzo y los estamos consiguiendo.
Debemos tener en cuenta que es absolutamente normal, que en algún momento incumplamos el plan marcado, nos de pereza, recaigamos en los hábitos que queríamos erradicar… Esto no es ningún desastre; no debemos rechazar todo el esfuerzo invertido y dejar de lado el objetivo. Debemos evitar los sentimientos negativos derivados de un fallo (culpa, ansiedad, baja autoestima…). Hemos elegido realizar un cambio y eso es importante, difícil y loable. Es normal que el camino hasta la meta no sea uniforme y tengamos algún retroceso. Si esto ocurre, retomaremos el plan el mismo día siguiente. ¡No pasa nada!
En resumen, debes saber que los objetivos deben ser: personales (los elijo yo, no mis amigos o mi pareja o mi jefe…), realistas, realizables y medibles.
Teniendo claro qué es lo que quieres, por qué y para qué lo quieres y cómo vas a lograrlo, sólo te queda una cosa: ACTUAR.
¡¡FELIZ 2016 A TODOS!!