Ser positivo es siempre algo beneficioso para nuestra mente, para nuestra vida. El ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío es la clave del optimismo, que se basa en la seguridad que uno tiene en sí mismo, en que ese vaso está realmente medio lleno y además se puede llenar hasta arriba porque se tienen las herramientas y la motivación para hacerlo, y se ve como una oportunidad para beber un gran vaso de agua cuando se tiene sed. Es un ejemplo muy básico de lo que realmente se trata cuando hablamos de psicología positiva. Algo que realmente está cada vez más en auge y que parece ser la panacea para afrontar cualquier problema. Hace cuarenta años que me dedico a estudiar, a bucear en el alma humana, y cada vez estoy más convencida de que las modas en cualquier ciencia, son eso, modas. Exactamente igual que cambiamos de criterio a menudo sobre otras ramas como puede ser la salud física o la nutrición, por ejemplo. Lo que antes era buenísimo ahora no lo es, o bien se vuelve a lo que se hacía hace muchos años porque se descubre que es lo que funciona. Los psicólogos no vamos a ser menos. Hemos pasado por varias corrientes: psicoanálisis, conductual, cognitiva… Y desde hace algunos años, cada vez se habla más del positivismo. Es algo que, por cierto, yo practico desde hace muchos muchos años sin saber que realmente estaba aplicando este enfoque. Si el positivismo implica confiar en uno mismo, trabajar tus fortalezas, expresar gratitud por todo lo bueno que nos rodea, saber pedir perdón, tener una red social y familiar que has trabajado para hacerte sentir cada vez mejor, y luchar para ver el lado bueno de las cosas, intentando no obviar, pero sí luchar contra aquello que te impide llegar a las metas realistas que te has propuesto, entonces hace cuatro décadas que la practico con mis pacientes. Y es que yo soy positiva y optimista por naturaleza, y es lo que trato de transmitir a la gente. El ser felices tiene que ser parte de la terapia, aceptarte tal y como eres, y afrontar los problemas sabiendo que vamos a poder superarlos. Pero esto no quiere decir que siendo positivos vayamos a conseguir una felicidad que puede ser absolutamente inalcanzable en muchos contextos, en muchos problemas. La felicidad absoluta es un mantra, la única meta que obsesiona a esta sociedad cada vez más hedonista. Obviamos el dolor, cuando este forma parte de la vida. El sufrimiento es la otra cara de la felicidad: la risa se valora más cuando se ha llorado, como la luz cuando se ha estado en la oscuridad. Y este mantra, ser siempre felices, puede llegar a ser peligroso. Hemos llegado al extremo de que nada ni nadie enturbie nuestra paz, o por poner un ejemplo que ustedes entenderán perfectamente, la de nuestros hijos, que son nuestro futuro, el futuro del mundo que queremos que formen. Es por eso que nos empeñamos en impedir que sufran lo más mínimo, porque pretendemos protegerlos de cualquier frustración, como intentamos hacer con nosotros mismos. Que nada enturbie la paz y la tranquilidad que quiero para mí mismo, mi familia y mi vida. Pero esto no es real. La vida no es tan sencilla. Los hijos crecen en un envoltorio frágil porque está hecho de sueños que sus padres no han realizado, porque pretenden que nada pueda “traumatizarles”, para lo que vamos allanando su camino, hasta hacer que prácticamente no puedan soltarse jamás de nuestras manos porque eso conlleva el peligro de no alcanzar la felicidad plena. Y la felicidad no se consigue por el camino fácil, ojalá. La felicidad es la que consigues cuando has renunciado a muchas cosas para conseguir otras, aquellas que te realicen como persona, cuando te das a los demás más que a ti mismo, cuando consigues el equilibrio entre tus defectos y tus virtudes, cuando te rodeas de gente que te aporta, cuando empiezas a apreciar las pequeñas cosas que en realidad son, como decía siempre mi madre, la felicidad de andar por casa. Esa que hace que valores el despertar cada día, porque la vida hay que vivirla y exprimirla como si fuera el último día de tu existencia, disfrutando de todo lo bueno que nos puede rodear, aunque sean cosas que pasan inadvertidas: un día de sol, una buena lectura, una agradable compañía, saber que estás sano, o que tus seres queridos están a tu lado, recibir una caricia inesperada o cotidiana, los abrazos, los besos, las risas de los niños, la ternura de los ancianos, tantas y tantas cosas… Esa es la felicidad a la que podemos aspirar, a la que debemos llegar, la que hace que todo en ti por unos segundos sea luz, sea armonía. Y especialmente, y como meta final, esa que hace que te quieras y te aceptes a ti mismo con tus defectos, con tus problemas, con tus miserias, pero con tus sueños, tus metas y siempre siempre tu sonrisa al alcance de tu alma. Esa es la felicidad a la que yo aspiro, la que he conseguido, la que todos y cada uno de nosotros podemos alcanzar porque es real: simplemente vivir, ni más ni menos.
Categoría: Psicología
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