Hoy, os dejo este artículo, uno de los que publico en mi columna en el periódico La Nueva España todos los domingos. Habla de la » nada». Esa que tantos pacientes me dicen que sienten cuando están deprimidos. Hablaremos largo y tendido de eso, de la depresión. Pero hoy quería compartir con vosotros mis recuerdos y por qué ahora, no entonces que aún no tenía experiencia ni clínica ni profesional, que significaba el » monstruo» de la Nada. Ahora lo sé, pero también sé como vencerla y sobre todo espero poder ayudaros a vosotros a hacerlo…
Cuando mi hijo menor era pequeño, nos hacía ver una y otra vez «La historia interminable», hasta el punto de saberse todos los diálogos de memoria, ¡con solo tres años! En la magnífica película, basada en una obra de Michael Ende, había un monstruo contra el que luchaba el valeroso Atreyu, el guerrero que quería salvar de la muerte a la hermosa princesa Luna, que siempre se me pareció a mi hija y que me despertaba una ternura especial. Esa película hoy tiene más sentido que nunca. Porque Atreyu era el que luchaba, el valiente, el que se arriesga, y Bastian el que se refugiaba del acoso, o de los demás, por ser diferente, y el monstruo que amenazaba de muerte a la princesa y a todo su reino era ni más ni menos que La Nada. Y ahora soy más que consciente de que es una película que Michael Ende no hizo solo para niños. Toda mi vida parece reflejada en ella. Hasta en ella están mis hijos, su vida y sus circunstancias. Y es que ahora soy consciente de que La Nada está aquí, está dentro de mí, y tengo que luchar contra ella. En unas declaraciones, el autor decía que la novela expresa el deseo de encontrar la realidad que nos rodea a través de recorrer el camino inverso, es decir, la parte interna de cada uno, que reside en su imaginación. Cuando nos fijamos un objetivo, el mejor medio para alcanzarlo es tomar siempre el camino opuesto. No soy yo quien ha inventado dicho método. Para llegar al paraíso, Dante, en su Divina comedia, comienza pasando por el infierno. Y sé que es cierto. Para llegar hay que pasar por el infierno. Hay que caer en La Nada y renacer y volver a salir para seguir luchando por esa meta, por ese objetivo, por hacer que cada uno en la medida de lo posible alcancemos nuestro propio paraíso. Distinto, supongo, para cada uno. Como el infierno. Mi infierno es la impotencia, el saber que luchar contra el poder es saber que casi siempre vas a perder, que tu trabajo no es valorado por quienes te envidian, que te ponen mil zancadillas, que la gente en la que creías te da la espalda porque les puede más el qué dirán, que los hijos no son tuyos para siempre y que debes dejarlos ir, que la soledad a veces duele… Pero mi paraíso, señores, está ahí, al alcance de mi mano. Para mí tiene que ver con el olor a bebé, con el sentimiento de volver a tener su diminuto cuerpo en el mío, con verlos crecer junto a mí, con sentir que mis hijos aún me escriben y me llaman mami, que puedo refugiarme para siempre en unos brazos que son siempre míos, para un placer tan mundano y tonto como ver nuestra serie favorita en un sofá. Y sobre todo, La Nada se desvanece cuando la lleno de honestidad, de saber que hago lo que debo, una nada que he llenado esta semana después del infierno, cachín a cachín, con sonrisas y agradecimiento, con «te quiero» o con «adelante, que tú puedes», con abrazos de amigas de siempre, con mimos de mi niña, esa que hace 4 años me libró del monstruo. Eso hace que hoy, como siempre, en tan solo unos días, yo, Atreyu, haya vencido a La Nada. El reino de la fantasía está a salvo. Lleno de cosas maravillosas por las que seguir luchando. La princesa está a salvo. Una princesa con un nombre maravilloso. Luna. Esa luna que siempre juré en mis nanas que les bajaría a mis hijos. En este mundo lleno de fantasía, sigo pensando en hacerlo para ellos y para mis nietos.