Los castigos son herramientas que nos ayudan a educar a los hijos. Los niños necesitan límites, debido a la etapa en la que se encuentran no cuentan con los recursos necesarios para autorregularse, por lo que necesitan nuestra ayuda para ir poco a poco aprendiendo lo que deben y pueden hacer y lo que no. Si de pequeños les enseñamos a cumplir las normas, tendremos mucho camino hecho cuando llegue la adolescencia.
Un exceso a la hora de castigar nos puede convertir en padres demasiado estrictos y perfeccionistas, y además estaremos enseñando dos cosas a nuestros hijos: que no tenemos otra forma de educar, y que no estamos haciendo bien nuestro papel, ya que si están siempre castigados, significa que no podemos tener cierto control sobre ellos. Esto además propiciará que nos mientan y nos escondan las cosas, con tal de poder evitar las consecuencias negativas de sus acciones.
Por el contrario, no castigar nunca cuando existen motivos es un flaco favor para los hijos, ya que como hemos mencionado antes necesitan que les marquemos límites. Si no somos capaces de educarlos podemos favorecer que se conviertan en pequeños tiranos, lo que repercutirá de forma negativa en ellos mismos tarde o temprano. Una educación demasiado laxa provocará una escasa tolerancia a la frustración, aumentará la irritabilidad de los pequeños y hará que les sea muy difícil acatar normas, no sólo en casa sino también en el colegio u otros ambientes que frecuenten.
Resulta fundamental que a la hora de castigar ambos progenitores se apoyen mutuamente y en el caso de no estar de acuerdo, lo comenten en otro momento en el que el niño no se encuentre presente. Si el niño ve una grieta entre los padres, de forma natural se colará en ella, enfrentando a ambos progenitores para tratar de librarse del castigo. Para evitar estas situaciones es recomendable hablar previamente de las consecuencias que cada uno considera que deben tener ciertos actos, decidir cuál es la más apropiada y aplicarla cuando sea necesario.
Hay que tratar de educar siempre en positivo, animando a los niños para que cumplan lo que deben hacer aunque les cueste, incentivando las buenas conductas con premios o muestras de cariño, y castigando de forma proporcional si nos desobedecen. Si de buenas maneras no conseguimos lo que queremos, cuando son algo mayores podemos tratar de hablar con ellos de forma más seria y explicarles las cosas antes de aplicar el castigo, pero si aún así no ceden no es recomendable tratar de negociar con ellos. Los padres deben mantenerse firmes con sus hijos, lo que no significa tratarlos mal o ser demasiado duros con ellos. Simplemente deben saber que están castigados y que fruto de su negativa en más de una ocasión a hacer lo que les pedimos ese castigo no se va a levantar.
En el siguiente vídeo nuestra psicóloga Isabel Menéndez nos da algunos consejos para castigar de forma efectiva a nuestros hijos y nos pone ejemplos de lo que debemos hacer y lo que es mejor evitar.