La cocaína es una sustancia psicoactiva y provoca una sensación de euforia, energía y alerta mental, además de reducir el apetito y la necesidad de dormir. El consumo de esta droga en nuestro país se sitúa en torno a un 11.2%, el porcentaje más alto de Europa, lo que equivale a unos 3 millones de personas.
La dopamina u “hormona de la felicidad” se libera cuando hemos realizado una actividad placentera o queremos conseguir algo, y en ese proceso neuronal una vez liberada, después se recicla para volver utilizarla en un futuro. Cuando una persona consume cocaína, se bloquea este proceso normal de reciclaje y se produce una acumulación de dopamina, por lo que la sensación de gratificación aumenta. Al consumirla de forma habitual el cerebro se va dañando, ya que cada vez se hace más tolerante a la droga, por lo que necesita una dosis mayor para obtener el mismo resultado placentero.
A nivel físico, la cocaína puede inducir una leucoencefalopatía, que supone el daño progresivo o la inflamación de la sustancia blanca del cerebro, cuyos efectos pueden llegar a ser mortales. Por otro lado, el aumento del ritmo cardíaco y la presión arterial asociados pueden conllevar a un ritmo anormal y ataques mortales, así como convulsiones y derrames cerebrales. También puede afectar a la función hepática, renal, respiratoria, neurológica y tener consecuencias dermatológicas y otorrinolaringólogas (úlceras nasales, perforación del tabique nasal o sinusitis). La tensión muscular se incrementa y los movimientos se vuelven más bruscos y rápidos, incluso en algunos casos se llegan a realizar de manera involuntaria.
A nivel psicológico, las consecuencias pueden ser las siguientes:
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Aumento de la violencia y la agresividad, ya que se producen alteraciones en los neurotransmisores y en los receptores.
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La intensa actividad del cerebro vuelve a la persona más sensible hacia los estímulos externos, lo que facilita que surjan ideas de tipo delirante, por lo que los casos de manía persecutoria estando bajo los efectos de esta droga son habituales.
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Ese aumento de la sensibilidad y además alteraciones en el sistema límbico, el tálamo anterior o la amígdala, estructuras cerebrales encargadas del procesamiento de las emociones, favorecen que aumente el riesgo de padecer trastornos depresivos y de ansiedad.
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Capacidades cognitivas como la memoria, la toma de decisiones o las aptitudes de aprendizaje se ven seriamente afectadas.
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Las personas se vuelven más impulsivas y no son capaces de inhibir conductas desadaptativas o que los demás pueden considerar fuera de lugar.
En el siguiente vídeo, nuestra psicóloga Isabel Menéndez nos explicará cuáles son las señales más habituales para detectar el consumo de cocaína y poder actuar lo antes posible en una adicción tan peligrosa como esta.